Vídeo doméstico, bricolaje electrónico

16/09/1999 § Deja un comentario

1. [evidencia] La experiencia audiovisual

• De la mirada televidente

«Ella:  ¿Puedes dejar de ver la televisión?
El:  Ha sido un día muy duro, he tenido que subvertir mis principios ante un idiota. La televisión hace que esos sacrificios sean posibles, insensibiliza parte de mi ser.
Ella: Podríamos mudarnos.
El: La televisión está en todas partes. No hay salida.»
[Hal Hartley, Trust]

La televisión nos cuida, divierte y protege. Nos presenta lo bueno y lo malo que existe en el mundo, lo buenísimo y lo malísimo. Resguardados por el cristal de la pantalla disponemos en nuestros hogares la retina del ojo de Dios que nos evita el tener que tomar partido y actuar, las decisiones ya están tomadas, mirar y dejarnos guiar.

Todo acto de ver supone una representación de la realidad en el cerebro, una representación personal subjetiva, cada cual ve diferente. Pero  esta subjetividad fisiológica está educada, el acto reflejo de mirar, tan asumido desde que se nace, se ve dogmatizado por conceptos predispuestos que la sociedad, representada por los «padres» (mediadores sociales, educadores), se encarga de imponernos. Al darnos cuenta de que la verdad es un artificio y de que la llamada realidad está compuesta por mensajes tendenciosos con apariencia aséptica aparece la  perplejidad, la mente se nubla, y uno acaba siendo consciente de que su subjetividad visual no es inocente.

La pantalla de televisión nos ilumina, al contrario que la cinematográfica. Cuando nos sentamos en la oscuridad de la sala de cine nos convertimos en voraces consumidores de vidas ajenas que hacemos nuestras succionando, en ese rito vampírico, el reflejo de luz tupido por sombras de la pantalla blanca. Al sentarnos ante la televisión nos convertimos en víctimas de la luz emitida, succionados mediante nuestra propia mirada, la consciencia se hace pasiva y la vida se va. A través de estas libaciones, tanto la que incide sobre la pantalla de cine como la que ejerce sobre nosotros la televisión, uno se vuelve adicto a la luz. El ojo iluminado perturba la mente y nos impone comportamientos enajenados con los que se conviven como si el cuerpo fuese arrebatado a través de la visión.

Nuestra iconosfera se ha convertido en una cinta de moebius. Los medios de comunicación proclaman que nos han hecho libres ya que podemos disponer al instante de más imágenes y sonidos de los que podemos asimilar. Esta facultad narcótica provocada por la  incesante recepción visual e informativa se ha impuesto a su potencial subversivo. Podemos elegir ante un enorme menú de identificaciones, todas las conciencias están satisfechas, todas tienen su fracción de pensamiento particular determinado y complaciente. La fragmentación ad infinitum  de estas recepciones evita cualquier toma de postura ante el mundo o discurso personal. El pensamiento autónomo es invalidado por la dispersión informativa y uno es incapaz de trazar puentes entre los conocimientos ya que sus emisiones son simultáneas. Estamos bloqueados, somos libres y aburridos.

El aburrimiento nos supera, las muecas y ruidos corporales aparecen inconscientemente, se habla solo o se mira fijamente a un punto, a pesar del parpadeo incesante del monitor, en ese instante uno está en el bloqueo total, el grado cero de consciencia, desconectado. La necesidad se hace presente, grabar, montar, emular, reciclar…, es entonces el momento en el que se replantea todo lo que llega a través de la pantalla, de diferenciar lo impuesto y reconstruir la realidad a medida, el ecosistema visual particular y todos los referentes se diluyen: la televisión, el vídeo, el cine o nuestro entorno es válido, es el momento mágico en que jugamos con el mando a distancia o encendemos la cámara familiar. Este reciclaje del imaginario, mediante prueba y error, se convierte en un constante experimentar desde la propia mirada como tele-vidente. « Leer el resto de esta entrada »

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